"Una herencia religiosa es una bendición inapreciable. Sus bendiciones no queda solamente con los hijos de la primera generación, sino que muchas veces dejan sus huellas en muchas generaciones venideras. Pero las bendiciones que se reciban dependerán en que se mantenga el espíritu de oración, y de esa sensación directa de pertenecerle a Dios. Cuando Dios bendijo a Abraham y a su semilla, era a través de ellos que iban a ser bendecidas todas las naciones de la tierra. De manera que hoy en día Dios actúa de la misma manera: una familia que Él bendice debe ser el medio a través del cual un vecindario o un pueblo aprenda a conocerlo.
El pertenecer a una familia así implica un alto privilegio, pero a la vez una gran responsabilidad. El espíritu del mundo es tan fuerte, el descuido de la vida espiritual por parte de los padres se da tan fácilmente que, a menos que se proteja celosamente la carga que Dios ha depositado en nosotros, la herencia puede fácilmente gastarse y perderse. Es bueno que una familia reconozca lo que le debe a las oraciones de sus antepasados."
Andrew Murray
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