Dios creó al ser humano a su imagen, varón y hembra. En su hogar en la tierra, en el amor del marido por la esposa y del padre por el hijo, tenia que reflejarse el amor y la bendición de hogar del Padre en el cielo. Los secretos más profundos de la Divinidad, la comunión del Padre con el Hijo por el Espíritu Santo, tenia que mostrarse en la familia.
Y el padre de familia en la tierra ha de ser imagen y semejanza de esta paternidad. En la vida que importe a su hijo, en la imagen que refleja, en la unidad de que es consciente, en el cuidado amante que ejerce, en la obediencia y confianza que le da y en el amor en que la vida de familia encuentra su felicidad, el hogar y la paternidad en la tierra son la imagen de los celestiales.
Sin embargo, cuando Adán engendró a su hijo, Caín, fue conforme a su semejanza y su imagen, o sea, en pecado. Luego, el pecado del hijo fue el fruto del pecado del padre. La raíz de todo pecado es el egoísmo. Debemos vigilar toda manifestación del egoísmo. Es la semilla que lleva un fruto amargo como lo fue en Caín. Nuestro objetivo debe ser restaurar la gracia en nuestra familia. Lo que ahora no sale de la naturaleza, puede lograrse por la oración y la vida de fe, en virtud a la promesa y el poder de Dios.
"Seré un Dios para ti y para tu simiente" Con fe y oración podemos confiar en esta promesa. La influencia de la comunión diaria se hará manifiesta y la vida consagrada de los padres emanará un secreto poder que moldeará la vida de sus hijos, ya se preparándolos para ser vehículos de gracia o reestableciendola o perfeccionandola en ellos.
El nacimiento de nuestros hijos puede pasar a ser el ejercicio más elevado de una fe que da gloria a Dios, y el medio más avanzado y verdadero para hacer progresar nuestra vida espiritual y los intereses de su reino.
Dios ha establecido una conexión entre la siembra y la cosecha, entre la crianza fiel de los padres y la salvación de los hijos. En ninguno de los dos casos - la siempre o la crianza - es absolutamente seguro el éxito. Lo que la promesa expresa es la tendencia y el resultado ordinario de la propia crianza. Es evidente que este principio general, con algunas excepciones posibles, no basta para dar una base suficiente de descanso a la fe que el padre anhela. La fe necesita la seguridad de que el propósito y la promesa de Dios son claros e indudables; solamente entonces puede aventurarse en la fidelidad de Dios.
"Y estableceré mi pacto entre mi y ti, y tu descendencia ... para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti" Génesis 17.7
"No son hijos de Dios los que son hijos según la carne, sino que son los hijos según la promesa que son contados como descendientes" Romanos 9:8
Esta es la promesa dada a Abraham; esta es la promesa a todo padre que cree. No es en la ley general de la siembra y de la cosecha que yo hallo el paralelo para mi fundamento de la esperanza de que mi hijo creerá, sino que se halla en esta otra promesa clara y precisa: "para ser tu Dios y de tus descendencia."
La promesa no era condicional al hecho de que Isaac creyera sino que tenía como finalidad ser su fuente y garantía.
Confío con plena Fe que mis hijas son hijas de la promesa y que sus nombres están escritos en el Libro de la Vida. Acorde a este confianza plena y en la gracia de Dios, guiaré a mis hijas en sus caminos.
Hay una armonía celestial entre la autoridad y el amor, la obediencia y la libertad. Los padres son más que amigos y consejeros: han sido investidos por Dios con autoridad santa, que deben ejercer para guiar a sus hijos en los caminos de Dios. Hay una edad en que el hijo está en sus manos en gran parte, y en que el ejercicio amante y sosegado de esta autoridad tendrá una importante influencia. Es la influencia silenciosa de su vida y su ejemplo que ejerce su autoridad: que hace que los hijos, a veces de modo inconsciente, se inclinen a la voluntad más fuerte, y lo hacen de buena gana.
Si los padres se mantienen firmes por Dios ante el mundo, aunque el mundo los desprecie, sabe que no sirve para nada intentar vencerlos. Pero el espiritu del mundo se apodera de los hijos; vencidos éstos, todo está vencido. Con frecuencia los padres creyentes permiten que el mundo se apodere de sus hijos. Los niños crecen en relativa ignorancia sobre Jesucristo, son confiados a maestros irreligiosos y mundanos, se permite que se asocien con amigos cuyo espíritu e influencia es totalmente mundana.
No es la infidelidad o la superstición el mayor peligro de la iglesia de Cristo: es el espiritu de la mundanalidad en los hogares cristianos, que sacrifica a los hijos por la ambición o la sociedad, las riquezas o amistades del mundo.
Tómese cada uno un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia. Éxodo 12:3, 23
Lo que está asegurado para el hijo en redención debe hacerse suyo propio en una apropiación libre y personal
En el gozo de la gran redención criaré y educaré a mis hijos a conocer, amar y guardar los mandamientos de su Dios. Dios tras día, en fe y oración, en enseñanza y vida, procuraré poner delante de ellos la bendición de una fe que libremente acepta lo que Dios da, con una entrega que da todo lo que Él pide.
El padre que ha experimentado primero la salvación de Dios, es designado para conducir al hijo a conocer a Dios. El conocimiento de Dios no es meramente un asunto del entendimiento; es amarle, vivir y experimentar el poder de su presencia y bendición. Es evidente que el hombre que ha de enseñar a otros a conocer a Dios debe poder hablar por experiencia personal de Él, debe mostrar por lo cálido de su amor y devoción, que ama a Dios y tiene su vida de Él.
Y lo contarás en aquel día a tu hijo, diciendo: Se hace esto con motivo de lo que Jehová hizo conmigo cuando me sacó de Egipto. - Éxodo 13:18
De todos los instrumentos que usa Dios para la Salvación, no hay ninguno y mejor diseñado que una paternidad/maternidad piadosa.
"Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da" - Éxodo 20:12
El sentimiento de honor, de reverencia, es uno de los más nobles y puros de que es capaz nuestra naturaleza. El poder de percibir lo que es digno de honor, la disposición de reconocerlo, a generosidad que considera que no desagrada, si no que es un placer el rendirlo, todo esto es en sí honroso y ennoblecedor; nada da más honor verdadero que el rendir honor a otros. Esta disposición tendría que ser cultivada cuidadosamente en el niño como una parte importante de su educación. Es uno de los elementos principales de un carácter noble y una preparación para rendir a Dios el honor que se le debe.
El niño honra a sus padres obedeciéndoles. El hombre fue creado libre para que pudiera obedecer. La obediencia es el camino hacia la libertad. La verdadera libertad de la voluntad consiste en ser dueño de ella, y por ello dueño de nosotros mismos.
El niño es guiado no por reflexión y argumentos sino por sentimientos y afecto. No puede comprender u honrar a un Dios que no ve. No puede honrar todavía a todos los hombres por el valor invisible de su creación a la imagen de Dios. El niño solo puede honrar lo que ve digno de honor. Y ésta es la elevada vocación del padre: hablar siempre, actuar y vivir de tal modo en la presencia de su hijo, que el honor pueda ser rendido de modo espontáneo e inconsciente.
Deuteronomio 6:1, 2; 5-7
La instrucción de los padres debe proceder del corazón. Todos sabemos cuán poco se aprender de un maestro distraído y poco interesante. Sólo el corazón gana al corazón. Dios usa toda la influencia del amor de los padres para ganar acceso con sus palabras y voluntad en los corazones jóvenes y susceptibles de los hijos de su pueblo.
Si tu corazón está lleno de amor de Dios y de sus palabras, cuán fácil es tenerlas en los labios también y enseñarlas a los hijos.
La educación de los padres también debe ser diligente y sincera. "Las enseñarás con diligencia a tus hijos" La palabra usada es la misma que significa "aguzar" como flechas, amas, para que puedan penetrar profundamente. Se llega al corazón con las palabras, ganando la comprensión del niño y su afecto, aprovechando las oportunidades para asegurar su interés y estudiar el arte de hablar en el espíritu del amor, con la preparación en oración.
Y para conseguir el resultado la instrucción debe ser perseverante y continua "y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa y andando por el camino..." No son esfuerzos aislados y súbitos que consiguen la entrada de la divina verdad en la mente y en el corazón, sino la repetición incesante y regular.
"Yo y mi casa serviremos al Señor" Josue 24:15
En Josue podemos ver el modelo de padre piadoso. Es un requisito esencial la consagración personal. Lo primero que el padre debe hacer es consagrar su vida a Dios y a su servicio. Esto crea una atmosfera espiritual que influencia nuestros actos y da valor a la oración delante de Dios.
No deberíamos pensar que la religion de nuestro hijos depende de la voluntad de Dios sin que nosotros tengamos nada que ver, sin nuestra intervención.
Las palabras de Josue nos enseñan que la religión debe ser práctica: "serviremos al Señor" La religión no solo consiste en la salvación sino que también está incluído el servicio. Debemos criar a nuestros hijos para el servicio, este es el modo de llevarlos a la salvación. Toda redención es para el servicio.
Fragmentos de Andrew Murray en Cómo criar a los hijos para Cristo.